habitadas por silencio, discusiones sobre el color del sol. Abrirse
paso entre las flores cuesta. Sinceramente cuesta la noche, se
duerme la siesta, se mece el llanto. Se retuercen las voces,
estrangulan el paladar. Caracoles en la orilla, eso puede. Puede
más que el viento, dulce parpadeo de las aves. Y esas delicias
insolentes, se quedan como sonrisas en la costa, en el oído, cuando
le acercamos el sonido del agua desde un espiral vacío.
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