Con la oportunidad del encuentro justo. Cuando la nube se embarra. Entre los días comunes. Y cuando el horizonte se cocina a fuego lento, aparecen con sillas y entusiasmo.
Vibraciones nada más. Una mirada para cada ocasión. Resoplidos de viento si algo no anda bien.
Días habituales. Otros días, donde algunos huecos se amontonan por ahí dentro. Y precisamente, como por magia, entran sin avisar ustedes, mis tesoros, traen música, sonidos dulces para las costumbres secas y las raíces. Amigos.
Conversaciones llanas, filosas, lugares inesperados. Sutilidad, donde confluyen fuerzas, energía, elementos, historias. Como esa estrella fugaz que duró tres calles y dos asombros.
Días donde se apasiona el cuerpo, la piel se eriza y muerde emociones, el gato manso duerme en el patio. Se exprime el dentífrico y el café calienta los rayos de sol de la cocina. Cae la noche se apagan las luces de la cuadra. Todo está igual. Y ustedes entran. Y la risa viene con ustedes.
A cada paso, a cada situación. Entre los espacios de siempre, y los de a veces. Cancelan las preguntas sin sentido. Abren mi pecho con flores. Comparten el pan. Acercan los espejos mágicos, palabras que resuenan. Hacen la maravillosa tarea de estar, sin juzgar ni levantar la voz. Traen quietud. Quiebran cualquier soledad y la arrojan al vacío. Ustedes, luces siempre, convierten a favor cualquier adversidad. Convierten los días cualquiera en viajes interminables. Únicos. Mayores. Saberlos conmigo. Qué más.
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