De la rosa regalada, tomo las espinas.
Me las clavo en las piernas, en la espalda,
en la conciencia.
Cuando dejan de doler, las hundo un poco más.
Hasta haber sangrado lágrimas rosadas.
Mastico los pétalos y les robo colores. El tallo lo muerdo.
Las espinas conservo. Por si acaso
hace falta daño.
Por la moral, por si la angustia.
Así no hay roces.
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